Anoche la soñé, fue en una
oscuridad absoluta, las sábanas eran de seda y se olía un aroma mezclado de
perfume y tabaco, su piel ardía pero no por una fiebre o la canícula nocturna,
solo se oían susurros y las respiraciones agitadas, yo iba imaginando los
territorios acariciados, usted sin decir palabras me animaba a seguir
explorando solo con leves e incitantes movimientos de su cuerpo, yo la soñaba
dentro del sueño para atreverme a más, la soñaba en penumbras violetas, entre
sábanas púrpuras, solo vestida con un fresco perfume floral, de fragancia ácida,
como la de aquellas rojas rosas trepadoras del jardín de mi infancia, y me
sumergía en un fervor lujurioso, acechándola con mimos cariñosos y eróticas ternuras,
los besos eran destellos invisibles en la fugacidad instantánea del tiempo
cristalizado, las bocas se bebían desesperadas en una idolatría flagrante, yo intuía
su desnudez en la yema de mis dedos, la suavidad enviciante de sus pechos, la
comba tibia de su vientre y la brevedad enmarañada de su pubis. Mientras, en el
sueño verdadero iba recorriendo con obligada sutileza apenas las mínimas
cercanías de los prohibidos parajes de su íntima geografía donde se esconden
sus instintivos estremecimientos, sus secretas e impúdicas sensaciones eróticas,
aquellos goces dormidos que aun no encuentran su vertiente. Era un tormento y
un éxtasis que el dialogo de ardientes murmullos anudaban en el caluroso
oscuro, mis manos abrevaban sedientas en sus
plenas caderas, las desbordantes copas de sus senos (i), y en su flor
abierta a la extensión eterna de la noche que se diluía en los sudores
iniciales de una cópula que la pudorosa luminosidad de la madrugada no dejó
consumar.
(i) Confieso que he vivido.
Memorias”, Pablo Neruda, 1974.
No hay comentarios:
Publicar un comentario