miércoles, 6 de julio de 2016

LOS COLORES DEL FUEGO


Describo el arco heliconial que va de la dulce humedad tu boca a la salvaje humedad de tu sexo embravecido, voy embriagado de íntimos sabores por las curvadas texturas de las perturbadoras redondeces que se afinan en tu cuerpo como violines desatados entre el apasionado colorado y el amarillo fosforescente, ejerzo mi ansiedad de tigre vedado en los arduos territorios despoblados donde tu espejo es un vitral que desarma los colores para reflejarte en tus verdaderos matices, en la sensual tonalidad carnal de tus muslos, en el rojo perpetuo de tus labios, en las suaves gradaciones del rosado que nace provocativo de tu vulva y en la protuberante coloración de tus pezones. Desambiguo el tibio tornasol de tus uñas hasta fijar su preciso color entre los afilados rasguños que escriben en mi espalda los gemidos de cada uno de tus orgasmos, y las cambiantes tonalidades de tus mejillas delatadas por el rubor de tu excitación, tiño con las calientes anilinas de mi saliva los tonos de las cálidas sombras que brotan como un musgo transparente bajo tus axilas, entinto con el matiz impuro denso blanco lechoso de mi semen las profanas medialunas de tus ingles, pinceleo con mis erectos deseos egoístas los pálidos vislumbres de tus pechos coronados por los blanquinegros lobos que te acechan y las areperas que te buscan en los ardores de sus multicolores fantasías, me difumino embebido de todos los pigmentos de tu oleosa acuarela sexual, más turbado por los rosados tintes de tu vulva helicónica que por todos los misterios de la memoria y todas las agonías del anhelo (i).

(i) «El hombre sabe que hay en el alma tintes más desconcertantes, más innumerables y más anónimos que los colores de una selva otoñal… Cree, sin embargo, que esos tintes, en todas sus fusiones y conversiones, son representables con precisión por un mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos. Cree que del interior de un corredor de bolsa salen realmente ruidos que significan todos los misterios de la memoria y todas las agonías del anhelo.» G. K. Chesterton, 1904. Tomado de “La muerte de Leopoldo Lugones”, Jorge Luis Borges, 1963.


No hay comentarios: