Describo el arco
heliconial que va de la dulce humedad tu boca a la salvaje humedad de tu sexo embravecido,
voy embriagado de íntimos sabores por las curvadas texturas de las
perturbadoras redondeces que se afinan en tu cuerpo como violines desatados
entre el apasionado colorado y el amarillo fosforescente, ejerzo mi ansiedad de
tigre vedado en los arduos territorios despoblados donde tu espejo es un vitral
que desarma los colores para reflejarte en tus verdaderos matices, en la
sensual tonalidad carnal de tus muslos, en el rojo perpetuo de tus labios, en
las suaves gradaciones del rosado que nace provocativo de tu vulva y en la
protuberante coloración de tus pezones. Desambiguo el tibio tornasol de tus
uñas hasta fijar su preciso color entre los afilados rasguños que escriben en
mi espalda los gemidos de cada uno de tus orgasmos, y las cambiantes
tonalidades de tus mejillas delatadas por el rubor de tu excitación, tiño con
las calientes anilinas de mi saliva los tonos de las cálidas sombras que brotan
como un musgo transparente bajo tus axilas, entinto con el matiz impuro denso
blanco lechoso de mi semen las profanas medialunas de tus ingles, pinceleo con
mis erectos deseos egoístas los pálidos vislumbres de tus pechos coronados por
los blanquinegros lobos que te acechan y las areperas que te buscan en los
ardores de sus multicolores fantasías, me difumino embebido de todos los
pigmentos de tu oleosa acuarela sexual, más turbado por los rosados tintes de
tu vulva helicónica que por todos los misterios de la memoria y todas las
agonías del anhelo (i).
(i) «El hombre sabe
que hay en el alma tintes más desconcertantes, más innumerables y más anónimos
que los colores de una selva otoñal… Cree, sin embargo, que esos tintes, en
todas sus fusiones y conversiones, son representables con precisión por un
mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos. Cree que del interior de un
corredor de bolsa salen realmente ruidos que significan todos los misterios de
la memoria y todas las agonías del anhelo.» G. K. Chesterton, 1904. Tomado de “La
muerte de Leopoldo Lugones”, Jorge Luis Borges, 1963.
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