Generosos los azogues desnudan
y sueñan tu cuerpo, lo poseen en los cristales biselados y en los reflejos
pudorosos de tu piel fragmentada por tus recatos y fusionada por mi
interminable lujuria. Te extraño siempre con deseos de ti, por eso mi sombra te
urge la piel en tus insomnios, te busca y desea para que la presientas a tu
lado desnudándote, acariciándote, penetrándote y poseyéndote enredada en los
años sucedidos que para nosotros no pasan y en las brasas encendidas para
siempre escondidas en las cenizas tibias de los recuerdos de esos atardeceres
inolvidables que permanecen titilando en ti y en mí con el mismo fuego y el
mismo destello. Cada botón de rosa dormida me recuerda tu capullo escondido
bajo el tuto, cada rosada rosa suave y delicada resistiendo el invierno
me recuerda tu rosa carnal hurgada por mis dedos y penetrada por mi virilidad
hambrienta, por eso mis deseos de ti son tu fuente de juventud, mientras yo te
busque estás viva y vigente, deseable y así deseada. Y aún quieres más de mi, más,
si ya tienes todo, solo te me escapas para dártelo y me dejas esperando otra
imagen en el espejo para terminar de escribirte este texto siempre inconcluso. Aunque
ya estoy viejo de vagar por tierras bajas y tierras montañosas, descubriré
dónde se ha ido, y besaré sus labios y tomaré sus manos; y caminaré por la
larga hierba de colores, y cogeré hasta el fin de los tiempos las plateadas
manzanas de la luna, las doradas manzanas del sol (i).
(i) La Canción de Ængus Errante. William Butler Yeats.
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