“Cuando leí me
volví agua”. M.E.
Eras agua hirviendo en
mis brasas que tu misma encendías, poseedora de esa rosa inolvidable que es
voraz molusco succionante y flor de cárneos pétalos empapados, de esos muslos
que poseen la ígnea tersura de las ágatas, el misterioso matiz del deseo de
lamerlos que bulle en la saliva hirviente del fauno excitado, el voluptuoso
sabor de la fruta madura y el aroma de los azahares escondidos en la selva
lujuriosa de tu nombre. Eras agua sexual y agua turbulenta, éxtasis del
sediento y feroz oleaje del náufrago, torrente posesivo e insaciable en su continuo
flujo libidinoso, agua viva en los tráfagos de un sexo impenitente, eras agua imaginada
que escurre por tus pechos prominentes y por tus corvas realzadas, que rebosa
la oquedad de tu ombligo y confluye por tu pubis hasta el cauce de las brácteas
de tu abierta heliconia o chorrea por la curva lumbar de tu espalda hasta
surcar el apretado canal que separa tus pálidos y mullidos glúteos, en fin,
eras agua invocante de densas y calientes aguas seminales. Pero igual quiero
volver a lamer tu vulva, sorber tu clítoris, amasar tus pechos, chupar tus
pezones, morder tus labios, volcarte otra vez sobre el lecho y sodomizarte
hasta que grites y te retuerzas, quiero poseerte más allá de tu memoria,
desflorarte virgen y casta, pura en tu pagana ninfomanía e impura en tus amorosas
ternuras de hembra concupiscente, quiero que te duelas de mi penetración
profunda, de mis mordiscos pervertidos, que te arda tu sexo y se inflame tu ano
sometida a los tormentos de mis furiosas calenturas de obsesivo macho perseguidor,
que te muestres a mis ojos mirones en toda tu desnudez de solitaria esfinge desértica
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