Vi tus ojos de
misterioso gris o tenue verde o leve azul soñado y entré en una umbrosa selva
de aromas de flores difusas, de siluetas ocultas en los follajes, de dulces
néctares prohibidos, de quieta e imposible lejanía, y vi tu pelo de rebelde
sirena recién arribada en la espuma a la playa de mis tibias arenas, y quise
desentrañar los secretos que había bajo los blancos breteles y saber lo que traías
en tus manos llenas de anémonas y magnolias. Y vinieron sueños alados como
gaviotas extraviadas, reminiscencias de un lugar y un tiempo rescatados de mi
memoria de náufrago profano que me hubiera gustado poseer de tus ojos sin
rastros en mis recuerdos y de tu piel intocable como un declarado tormento en
las sensuales discontinuidades del deseo. Ahora busco la complicidad de las
palabras en el silencio del verbo manuscrito, de lo que se lee y se calla entre
el pudor y el encanto, en el tímido asedio del que descubre con asombro los
indescifrables matices de un color desconocido. Y prolongué el hechizo más allá
de tu desdén de musa negada, soñé sin consentimiento las lisuras escondidas de
tu piel, la geografía impura de tus relieves sagrados, valles, dunas, cárcavas
y lunas en sus delicados ponientes bajo aquellos blancos breteles, busqué como
un explorador en celo las marismas de las saladas aguas donde duermen las algas
rubias de tus cabellos en lujurioso desorden, y habitan sigilosas la carnívora anémona
(i) de tu vulva y la rosada magnolia (ii) de tu boca.
(i) Actinia equina
(ii) Magnolia
liliiflora
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