Miro tus amplias y
mullidas nalgas con su surco impenetrado, virgen incluso de pensamiento e
intención, te observo desde atrás completamente desnuda, inmerso hundido
naufragado inserto en tus macizas carnes voluptuosas, e inicio como un erecto animal
en celo un depravado viaje por sodomíticos paisajes con machos bestiales
cubriendo sus hembras en verdes campos de pastos crecidos, en umbrosos bosques
lluviosos, entre los matorrales de los páramos y en los calientes arenales
costeros, fieras babeantes montando sumisas fieras abiertas al estupro, a la
violación consentida, a la quieta y mansa analidad dolorosa. Veo y gozo el
imponente volumen de tus glúteos, esa hembredad desbordante de ancas dispuestas
a la caricia impúdica, al pellizco indecente, a los dedos impuros que abren y
desvirgan con delicada inserción, a la instintiva salivación y subsiguiente
lamido surcando ensalivando lubricando para la piadosa y después brutal
penetración final. Observo excitado tus curvas llenas, los ampulosos pliegues
que separan cárneas hendeduras, la abundancia sensual de tus carnudas corvas,
lo sexual rebalsado hasta el delirio, la apretada puerta en blanda fisura que
oculta al temeroso ojal que ciñe golosos príapos o hurgantes dedos como una
gracia concedida a las pervertidas esperanzas del potro semental, la zanja
entre blanduras, el ano imaginado como una pequeña y apretada flor palpitante,
la tentación de caníbales mordiscos en el sublime éxtasis de la carnal
exuberancia. Imagino entonces la obscena escena del rosado intenso brillante
glande de mi verga erguida endurecida sensibilizada surcando ese canal de las
delicias, punzando el ano hambriento de carne rígida, a punto de consumar el
sacrílego y atávico ceremonial del sexo cuadrúpedo.
lunes, 18 de julio de 2016
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario