Que silencio el de tu boca que no irrumpe en
su voracidad succionante, en su hambre tragona, en su lengua lamedora y buscona
por los entornos del sitio que demarca la virilidad acechante anhelante erguida
en su voraz incendio de deseos leña hoguera yesca que solo apagará tu saliva
derramada escurriendo sobre mi piel incinerada. Que inmovilidad la de tu mano
que no irrumpe en su suavidad acariciante, en su sigiloso afán posesivo de delicada
gata mimosa, en su acortar distancias hurgando buscando explorando los rincones
del bajovientre incitando excitando los entornos impúdicos donde se yergue el
ansia fálica del fauno poseído por el embrujo lúbrico de poseerte así en
descampado. Que enmudecida está tu boca sin buscarme voluptuosa y sedienta en
los entresijos del sin besar al borde del abismo de dejarse llevar por los
puros instintos y que se cumpla el destino que la llevó a la instancia no
sucedida. Que quieta está tu mano sin escarbar la selva blanquinegra que huele
a macho acechando en el trasiego de tu danza de ninfa inquieta que se fuga y
huye y escapa con la piel impura en la desolación de la noche insomnio soñando
las lujurias de la lluvia. Que ajenas tu boca mano sino agreden mi timidez de
niño solo con el desparpajo de la esfinge quieta y silenciosa que espera como
una peligrosa mantis fulminante los mismos indicios que yo espero asustado en
la dulce nocturnidad de las luces de los lejanos barcos a la gira.
martes, 10 de diciembre de 2013
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