“Es por la piel
secreta, secretamente abierta, invisiblemente entreabierta,”
Mano entregada.
Vicente Aleixandre.
Soñé que llovía a cantaros y yo buscaba
refugio en un altísimo castillo desde donde se veía el mar y las luces lejos de
los barcos a la gira en la rada de un mar que iba perdiendo su horizonte
acaecido por la noche, y yo te besaba por detrás de tu cuello y tu te reías
nerviosa, bebíamos mojitos y nos reíamos como si todo el ayer hubiera sido
nuestro, creo que tu me besabas, pero de eso no estoy tan seguro porque en esos
instante de delicadas epifanías el nervioso ya era yo. Fue por las sombras por
la dulce penumbra sinluces (sic) que vinieron de tu mano boca beso los besos
azucarados con sabor a ron, a lima y a menta, a aguas de furiosas vertientes minerales
y a tus labios. Tu boca encontró mi boca besándote mis manos en tu pelo y se
vinieron los tímidos besitos como jugando a ser otros, los lentos y largos
lamidos por tu brazo, las acurrucadas niño huachito en tus brazos de esfinge
maternal, el eterno beso por detrás de tu cuello mirando los barcos en sus
luces, tu cuerpo inquieto apegadito al mío, mi lengua en tu orejita buscando su
lóbulo entre tu pelo revuelto, la puntita de mi lengua cuando te besé lamí ahí
bajo tu cuello, en el borde del escote allí donde estuvo el collar dorado de
reina egipcia y donde conocí al fin el sabor secreto de tu piel entera, y en el
después cuando te seguí besando tu boca para que no escaparan las maripositas
que te hacían cosquillas y se quedaran revoloteando entre tu cuerpo y el mío también
inquieto. Soñé que imaginaba o me imaginé soñando vertido en tu alto destierro
de maravillosos paisajes ficticios, en el tierno autoexilio que buscaste huyendo
de las memorias dormidas de tu mustio pasado ahora embodegado para que yo sea
el primero en ti en todo, para ir descubriendo conmigo todo lo perdido, los
secretos de una geología personal, los apuntes esenciales que guardan los
rastros de los olvidados amores de pirata, las miradas cómplices en el trasiego
del atardecer que iba entrando en la primera noche perturbada. Lucecitas de
colores se descolgaban brillantes de las ventanas de enfrente, mas lejos un
navío fantasma atracado en un puerto invisible titilaba avisándote que no te
confíes porque todavía no termino de besarte, que me falta el rito del sumo de
damasco bebido en el cuenco de tu ombligo, tu espalda acariciada con el vicio ciego
del geómetra, el ceremonial de consumación entre las satinadas sábanas gris
perla oscuro mientras los pequeños botes de pesca en la ilusoria bahía de tu
nocturno marino celebran los estragos del amor con la fanfarria de sus luces
rojas y un gato incorpóreo maúlla sorpresivo e impuro en la amorosa quietud de
la cercana despedida. La luna era un alfanje de bruñida plata casi a ras del
suelo sujeta con alfileres invisibles en los techos pobres de acá abajo cuando
descendí de ese tu cielo a las calles anchas y solitarias de otra noche donde
aun quedaban los pequeños charcos de la lluvia recién soñada imaginada pensando
ya en el próximo aguacero.
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