martes, 24 de diciembre de 2013

MAGIAS DEL FAUNO

Para las musas, involuntarias y perseguidas Yocastas

Las acecha desde las sinuosidades de su verbo recargado, las sigue y persigue por los jardines floridos y las arenas de mar y espumas, se introduce sigiloso en sus insomnios y desde ahí las habita con fervores olvidados en las cosas cotidianas, en los detalles caseros, en una silueta borrosa en el escaño de una plaza o un encuentro inesperado en plena calle, con las estatuas de los parques o con la pequeña lluvia inesperada que las sorprende sin paraguas pensándolo. Como un demonio embaucador las engaña con abalorios de falsos cristales de colores, las deslumbra con sortilegios de luna llena, las hipnotiza con las palabras de un barroco confuso e ilusorio. Las bifurca, las desasosiega, las decomisa para sus oscuros fines de pervertido voyeur, las fragmenta reduciéndolas a la voz o los ojos, a veces a sus solos labios sin sonrisa, y las enfrenta a sus espejos, a sus reflejos en las copas, en los charcos de sus inviernos o en los vidrios nostálgicos de los ventanales. Las hace imaginar posibles imposibles, las emociona con cercanías incrustadas de ausencias, de atardeceres, de lejanas luces de barcos anclados a la gira en una bahía inexistente, de lluvias inverosímiles en la mitad del estío. Como un arcángel castigado se hace el abandonado, el negado de afectos y de amores, el huachito incomprendido a veces linyera a veces ermitaño, el macho viejo urgido de vehementes pasiones insaciadas. Sigiloso las acosa entre tímido y cauteloso hasta que ingenuas le abren la puerta a los deseos que ellas guardan en sus cajitas de porcelana o madreperla y que atesoran como las mustias y fúnebres flores muertas enterradas entre las páginas de los antiguos libros de poemas que leyeron solo una vez y las dejaron para siempre soñando. Luego las enmudece, las abarca y las derrumba, las desflora dulcemente sin violencia y las violenta con delicados besos mordidos, con succiones insistentes, con lamidos íntimos e impúdicos, las descuartiza a pura mano viva sobre la piel incendiada sobre el lecho propio y entonces, consumada su voracidad de solitario fauno extraviado, las reconstruye con todas las ternuras posibles para que lo acurruquen maternales y sensuales como a un niño macho que viene huyendo de la siempre oscura lejanía de su bosque.

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