Que desperdicio, que bufonada del
perro destino que no me deja ir a romper esa tu soledad y devorarte siniestro y
enmascarado en el irrisorio descampado de tus noches de albas sábanas de
convento, de tus fantasías desbordando el río lento del insomnio donde te vas
hirviendo sin fuego, desmoronando abismo abajo por la piel sudorosa por un
calor que nace desde el adentro de ti y surge hoguera vertiente lava cuando la
medianoche inmaculada se te derrumba por el sueño del dormir sin sueños vivos
lacerando tu cuerpo hasta el goce de la plenitud y la nocturna saciedad. Que
inútiles tus piernas tus muslos tus mórbidos pechos tus labios sedientos tu
vientre tu pubis inútil en su abandono de ególatra virgen esotérica sin el
fervor de mis deseos persiguiendo erguidos la flor ociosa abierta en su íntima
primavera esperando el zumbido del morocho moscardón que venga a succionar el
néctar de tu embrujo para embriagarse de ti rumbeando hacía tu orgasmo en la
noche cuajada de quejidos y manos voraces y ojos cerrados en el éxtasis
perfumado de sexo del sigiloso jardín de los procaces susurros. Que derroche insensato
de esa intranquila sensualidad insinuante, de esa voluptuosa coreografía imaginada
en el retorcimiento kamasútrico de humo del cigarrillo boca arriba en el lecho buscando
el origen del duelo carnal en los suburbios de tus más calientes alucinaciones.
Que pérdida irreparable tu transitoria virginidad conventual sin salvaje
violación de fauno invisible ni poética defloración de mustio amante atrapado
en esta otra urgente soledad de vos.
domingo, 15 de diciembre de 2013
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