"Estamos hechos de la misma materia que los sueños.” La tempestad,
W. Shakespeare.
No me soñás, no te sueño, somos
dos patéticos y pírricos vencedores de nuestros deseos vagabundos, sedientos de
los néctares escanciados en la otra piel derramados, hambrientos de las
carnales sensaciones que nos iban devorando por los días. Te imagino una y otra
vez con una blusa de arabescos blancos y negros, fumando, con un pañuelo de
seda al cuello, de tacos altos, de mentón levantado y uñas bien pintadas, distante,
perfumada y con el rostro muy serio, es solo en la noche, en los sueños que he
perdido, cuando te veo como las malas costumbres mandan, y es ahí, en esa
nocturnidad silenciosa que siento que me apabullas, me violentas, me abusas,
que me hacer sentir como un macho niño embobado en una pasión incomprensible. Ya
no me soñás, ya no te sueño, somos dos patéticos perdedores vencidos por la
miseria de lo cotidiano, por las doscientas noventa leguas que nos separan
invencibles, por la certidumbre dolorosa de la imposibilidad de la tarde donde
nuestros deseos irían verter sus íntimos licores devorando la impalpable
consistencia de ese día. Te imagino una y otra vez sobre el lecho, desnuda
anhelante de mi boca obscena, de mis labios invasores, de mi lengua pervertida,
de mis manos untadas en ti, de mis dedos enredados en la selva oscura de tu
pubis, de mi miembro urgido por navegar en las corrientes estremecedoras de tu
vulva. Ya no me soñás lamiendo tu cuerpo de pebeta linda con los desparpajos de
la lujuria, escarbando la perturbadora tibieza de tus axilas o la incestuosa
calidez de las medialunas bajo tus pechos, sorbiendo una a una las gotas de tu
sudor, bebiendo hasta la ebriedad del éxtasis los densos fluidos de tu sexo. Te
imagino sin soñarme atrapada en los fragmentos quebrados del hechizo, a veces
llorando del mal de amor, otras mirando las lluvias que no llegan por la
ventana de siempre, vacía de mí y de todo, extranjera en tus propios dominios
de gata encelada, solemne en la dignidad virginal de tu martirio.
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