Si estabas en el río de aguas zainas cuando
vinieron las seudo pirañas y sentiste que te mordisqueaban las piernas, no, no
eran ellas, era yo que te soñaba en la modorra calurosa de la siesta. Vos sabés
que siempre nado entre las aguas turbias y pardas oculto en las arcillas y bajo
las sombras fluctuantes de los camalotes, sabés que soy un sátiro pez carnívoro
y espurio, lúbrico y monótono, de insaciables instintos primitivos que medra en
los mullidos cuerpos de las sirenas, en sus tiernos pliegues y sus pudorosos
rincones, en sus oquedades, en las intimidades húmedas y abiertas de sus cauces
florales, en sus perfumados canalillos y en sus uñas de gatas furiosas. Me trajo
el río sumergido desde el pantanal de tu silencio arrastrado por el sabor a
hembra de ti en sus aguas que se esparció por la cuenca de junglas y humedales
despertando a los machos dormidos en las arenas de cuarzos y esmeraldas ebrios
de orquídeas y magnolias pero sedientos siempre de tu saliva embancada en los
besos de la noche sin luna que dejaste perdida de tus manos. Te vi anegada
inconclusa perentoria y surqué desesperado la corriente atravesada tras la
carnada viva de tus pechos y tus caderas, del aparejo pescador de tu olor que
se curva y tensa cuando estás en celo y quedé atrapado en la red de tu piel
desnuda entre los inocentes surubíes y el espejismo de los dorados. Entonces,
así enganchado en el dulce anzuelo de tu presencia alcancé a lamer morder tus
piernas embebidas de las aguas incesantes y pude justificarme en la misteriosa
migración que me trajo otra vez como silueta o sombra por el ancho río hasta vos.
jueves, 26 de diciembre de 2013
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