Verdad es que físicamente mis
manos no acarician tu cuerpo, que mi cuerpo no se impregna dentro del tuyo, que
nuestras bocas no se encajan en los mordidos besos de los amantes desesperados,
es muy cierto que florecemos en valles distintos, con otras aguas y otros
soles, pero aun así tocamos los límites de placer y los traspasamos con las
vehemencias de los que solo se tienen en las vívidas imaginaciones del deseo
desaforado. Es en el delicioso despertar que alcanzo a oír tu voz y hacer que
mi voz te excite, sentirnos juntos, piel con piel, en una experiencia
maravillosa de tactos incitando las yemas de los dedos, de mojados labios
entreabiertos, de vulva escurriendo su almíbar y de verga en tensa erección, de
imágenes que colman los espacios vacíos con los delirios del mirón y la
coqueta, de la hembra que se pavonea exquisita en su exhibicionismo lascivo y
del macho que se masturba enredado en las algas de su voyerismo vicioso. Tu me
haces vivir intensidades inesperadas, me calientas, me yergues, me instas al
goce corporal, a dejarme desbordar por mi sexualidad y buscar otras
sensaciones, a pervertirme pervirtiéndote, a sumergirnos en la viscosa ciénaga
de la lujuria y ser peces arrastrados por los oleajes del vicio que desmorona
voluntades, pudores y temores, y entregarnos como salvajes animales en celo a
los inconclusos ritos del pecado que unta y penetra, que estremece y
desasosiega, que arde en la profunda oscuridad de lo que realmente somos,
solitarios seres sexuados buscando la plenitud que justifica lo vivido y lo por
vivir hasta la última eternidad.
lunes, 20 de abril de 2015
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