Sopeso sus carnalidades
incitantes, su mullida densidad instaurada en las profundas raíces del tacto ávido
de mórbidas lisuras, rozo las inquietantes rugosidades que las coronan en las
turgencias de sus inhiestas cimas, encopo sus tibios volúmenes sintiendo el
extravío sensual del instinto, recapitulo otras consistencias similares, revivo
otras combas caricias, me deslizo por sus paralelas convexidades intentando
fluir como una lluvia de hirvientes aguas desperadas, surco, subo, aprieto atrapo entre mis dedos con levedad de
entomólogo las breves protuberancias sensibles como si fueran punzantes
mariposas, hundo sumerjo mi rostro en sus blanduras ebrio de esas tersuras
suaves y perfumadas, sostengo en una doble idolatría edípica esas palomas bamboleantes,
mis manos las tocan con placentera delicadeza, como dulces frutas maduras, como
sedosos racimos de las uvas del deseo, remonto las elevadas dunas que definen
ese voluptuoso horizonte, levanto su cálido espesor de arenas húmedas, percibo
extasiado la oscilación estremecedora a cada paso, en perfil en escorzo de
frente mismo, mis labios rememoran atávicas instancias, sensitivas ternuras
primordiales, bloqueadas sensaciones extraviadas en el tiempo o sublimados
deseos impuros, prohibidos, de ascender con los ojos cerrados las trémulas
colinas del desgarro, cuento el pasar de las horas en esos péndulos oscilantes,
causas y origen, embrujos de antiguas reminiscencias, obsesivas manipulaciones
que intentan rememorar una y otra vez lo que la memoria fue perdiendo en el
tráfago compulsivo de esa búsqueda sin sentido, o en la catarsis de las vanas
infidelidades que nunca supieron que eran solo objetos incluidos en una trama
sin fin que iba desde una hendija inicial a los solitarios páramos de ese
férvido instante en que estrechaba sus deliciosas opulencias contra mi torso
desnudo.
jueves, 9 de abril de 2015
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