Es un azul desvaído, o gris claro
o plomo sucio el que oculta una tetamenta descomunal, ampulosa, aunque caída ya
por su tamaño y su blandura y quizá por los años que no parecen muchos pero que
pesan cuando son sufridos y duros. Sin sostén que sujete esos mullidos pechos
vencidos, las protuberancias de los pezones esplendecen marcadas en la tela,
punzando como notorios garbanzos, las grandes areolas se imaginan, se intuyen,
se adivinan como enormes monedas de íntimos cobres carnales, oscuras talvez
para confirmar la frugal fantasía de ese busto hiperbólico, de esos senos
maduros, agobiantes, de esas tetas otrora imponentes cuando la juventud latía en
ellas exultante. La charla se alarga para seguir gozando el edípico espectáculo,
ella ingenua juega el juego sin saber que lo juega, el sol ya quema a media
mañana, allí en la vereda de la intersección, de la convergencia que se
bifurcará en un nunca pensado y un imposible soñado. De ojos color miel y pómulos
sonrosados, bajita, gordita, desgastada por una vida de hierba silvestre en los
pedregales de un mal destino de páramo o desierto, sus cabellos claras greñas toscas,
imperfumada, imperfecta, desaliñada, ni una pizca de coqueta, pero poseedora de
una salvaje sensualidad misteriosa que no se corresponde con su voz, su
actitud, su figura, como un instinto animal que corroe la racionalidad, el
pleno dominio y la férrea formalidad necesaria para que el azar no intervenga
con sus naipes marcados. Lo lascivo solo está en la mirada que devora el azul
desvaído, o gris claro o plomo sucio, en la sensación hedonista que genera esa
cercanía cristalizada en la breve distancia de un paso. Es lo erótico en su más
transparente pureza de instinto impuro, lo insinuante que fluye como un río
kárstico, subterráneo, sin vertiente ni drenaje, un pozo ciego que contiene en
sus lúbricas aguas el origen de un sacrílego brebaje prohibido.
sábado, 4 de abril de 2015
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