Me concedes el derecho de ver tu
piel fulgurando en su suculento pecado exhibicionista, tus muslos plenos en su
tersura de ardiente marfil incitando extensas caricias y lentos lamidos, tu
ombligo como el centro de toda tu sensualidad derramada en la alucinación de tu
cuerpo desnudo, tus manos vertidas sobre ti como mis manos hambrientas. Me
concedes el goce a ver tus pechos pálidos mullidos soberanos en su doble paisaje
tutelar, en su tierna apariencia de tibias dunas o turgentes colinas, sus
ternuras de hembra evocante, transferente, donde se subliman antiguos vicios
prohibidos. Me concedes la visión de tus oscuros pezones, botones y areolas, en
sus protuberancias sensibles, en la percepción de un sabor perdido e
irrecuperable que se hunde en la vaguedad de tiempo pasado como un espejismo
imposible. Me concedes la inquietante perspectiva de la flor que florece en tu
pubis, sus rosados pétalos carnales, su sexual aroma de almizcle nocturno, su
negro halo de ralo musgo, su espesa humedad invasiva, su combado perfil con sus
seductores misterios femeninos, su voracidad fálica, o el néctar embriagante
del mágico brebaje de su estro. Me concedes el deleite estremecido de la
epifanía de tus nalgas ampulosas, su dulce surco divisorio en su verticalidad
curva y suave donde oculta late ceñida la otra flor del deseo, allí do la
pulsión escópica declara en la mirada penetrante los derrotados artificios del
pudor y la vergüenza. Me concedes las instintivas razones que mi mano aduce
para sobar masajear aferrar masturbar el príapo erecto ante la perturbadora evidencia
de que habito tus impúdicos paraísos.
martes, 7 de abril de 2015
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