Dedos que dedean los rosados
encendidos sensibles pétalos de la rosa protegida, su sajada humedad, el borde sinuoso,
entre el botón y la divisoria, manos que aferra soba sube y baja aprieta el
miembro erguido en su virilidad solemne, su carnal suave dureza penetrante,
punza brillante su glande. Apremios visuales como lentas caricias de una fantasía
sexual que degrada y corona a la favorita del templo. La estimulación que logra
el éxtasis transgrediendo un tabú, experimentaciones del sexo sodomítico, previas
lubricaciones, placenteras provocaciones alternativas, la autoestimulación que
dibuja esa sonrisa de placer en tu rostro antes de cerrar los ojos. Cerca del
clítoris goce y de placer, evanescencias de juguete sexual, boca o penetración.
Aquella escena erótica que siempre haz soñado, dildos y lencerías, los detalles
de lo que hacen tus manos mientras te hablo con susurros de voz ronca que te
hace imaginar lo que está sucediendo, sonidos motivadores para que tu mente
vuele embebida de gemidos que sustituyen las palabras. Tu busto, tu pubis, tus
ancas de hembra calentona, torvas suciedades, erecciones y eyaculaciones,
semen, orgasmos espasmos estremecimientos grititos mordidos fluidos vaginales. Ascético
monje masturbante, casto lobo lamedor, místico pervertido siempre al filo de
sus recuerdos, en esa otra vida, infinitamente más rica y sugerente, donde las
parejas suelen agazapar los intensos, u obsesivos o apasionados secretos
inconfesables, y sobre todo inconfesados. La
segunda voz y lo evocante; lo escópico, en la presencia de un otro especular
que debe ser solemne, por ejemplo en la discreción de mirar; lo oral y su lugar
de complemento cuando se asiste en la mesa; lo anal y sus derivadas en el
intercambio de objetos (i).
(i) H. Basile
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