La alteridad implica ponerse en el lugar de ese “otro”, alternando la
perspectiva propia con la ajena.
Las miro las veo las observo las
gozo en toda su mórbida hermosura, su comba piel suave, sus pezones, las siento
mías, poseídas, turgentes, y desespero por besarlas, mamarlas, sentirlas en mis
manos y mi boca, en mis labios, por hacerlas sentir la lamidas caricias de mi boca,
por dormir toda una noche con mi rostro hundido entre ellas, sofocado y feliz,
excitado y extasiado. La incandescencia
secreta del bosque, su incitación fálica, el rugido del macho en celo husmeando
a la hembra, sumido en las poderosas visiones de los antiguos paisajes de
Tetuán, sus dunas de arenas cimbreantes, los brevísimos promontorios surgentes,
la oscuras monedas, el valle dormido entre las tersas alturas. Mi lengua recorriéndolas
en círculos concéntricos, en un sube y baja ensalivado, chuparlas, morderlas, lamerlas,
mi saliva como una lava escurriendo por sus cumbres, mi miembro se instala en
medio de ellas subiendo y bajando por sus tibias tersuras como su fierro candente
surcando su canalillo, duro, sensible, erecto, llenándolas bañándolas derramando
en ella mi semen como antes mi saliva, mi verga destilando su caliente y denso
licor para dejar su piel cubierta con mi leche sexual. La carnal algarabía que fluye por dentro y el soborno del goce manual,
la mano, el sobe, la deleitación masturbatoria en la rigidez del hierro vertido
y la posterior laxitud del desmembramiento. Y tú saboreando ese néctar
sobre tu piel, sintiendo esas gotas de fuego vivo quemándote escurriendo por tus
poros, incendiándolos. La consistencia
voluptuosa de la piel en la palma, los dedos aferrados, el escarceo entre
cómplices vegetaciones y el agitado frote prepucial, la brillante turgencia del
glande, su intenso rosado enrojecido, el eyaculatorio éxtasis encegante y
final. Besarte entera, todo tu cuerpo entero, lamerte poseerte penetrarte jinetearte
con la locura de un endemoniado macho en tu espesura. Lánguido, untuoso, con esa humedad sudorosa y genital de los lácteos
batidos de la cópula, un aroma de lascivo cuerpo extenuado, humeante perfume de
orines o axilas, del olor que surge de los calenturientos pliegues de la piel
exudada, un vapor caliente como el lúbrico hervor del sexo saciado con su tufo
de esperma y viriles estertores.
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