martes, 14 de abril de 2015

ANTIGUAS MEMORIAS RECIENTES


Te devoraban los besos hambrientos en tu boca de los sabores de la tarde, esa vendimia embriagante de soleados campanarios, ese cacao con menta, el oro amarguito del limón y el verde dulzón de la hierbabuena. Acontecen las últimas horas del día que se va hundiendo en un crepúsculo cercano ahí en la alta constelación del lecho, un revuelo de luciérnagas y medusas luminescentes iluminan el tenue reverbero de tu semidesnudez extendida, el musgo ralo, cierta humedad olorosa a ti que urge carnales insistencias. Difariábamos solemnes y desnudos sobre lo que debía ser, sobre lo que no era, y seguíamos siendo lo que éramos, dos seres solitarios enfrentados a sus deseos, diversos o bifurcados, la pasión con olor a rosas otoñales o a sudores animales. Te devoraban las ansias de morderme, de mascarme, de tragarme sin empacho en la caliente concavidad anegada de tu sexo, yo chapoteando a ojos cerrados en los sensuales empalagos de tu camisola negra, con su recato comprensible y su transparencia incitante, los mármoles tibios, los breves granates en sus oscuros rojos decimales, la pequeñas lunas con sus códigos indescifrables. Las caricias palpaban y rozaban con ternuras de amantes consentidos, después apenas la fugaz succión en tu pezón dormido, un perfume que evoca e invade, que atrae a esa flor carnívora que acecha en tu pubis, luego las manos en la suavidad de tus muslos, sobre entre ellos, insertadas o deslizándose, tersuras que provocarán rojos verbos incandescentes. En la continuidad del atardecer vencido por la entrada de la noche nuestras bocas insistían en devorarse insaciables.


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