Ciego en los arcanos busca por
las oscuras callejuelas de la ciudad de ‘los ojos’ los tenebrosos tugurios o
las inmundas cloacas donde cometer el único pecado que nunca ha de ver la luz porque
no hay salida en el túnel de su desamparo. Es el tortuoso camino que lo lleva
desde aquella inicial hendija machihembrada a los pervertidos páramos de los
extramuros pecaminosos de la férvida adolescencia, a las subterráneas aguas
originales que desaguan del cuerpo ubérrimo de su sombra, a la función escópica
con su perversidad que disturba, difumina y expulsa prejuicios atávicos e
insomnios culpables, a la experiencia asumida racionalmente con esa carencia de
culpa ratificada o rubricada en cada lecho infiel de los siglos que vinieron
buscando inútil su sombra perdida en todas las siluetas sin rostro que alguna
vez rozó o poseyó, anónimo, pasajero, onanista, lejano a toda otra piel. Lento el
flujo de lo sensual discurre entre su sombra y su reflejo sin censura, solo circunstancias,
situaciones y contextos, consecuencia del desatado hábito sexual y de la
libertad pulsional que reinan en el desespero de su concreto universo lumínico.
Hay un compás, un ritmo, virtuosismos, series de alteraciones en cadena, rizos
que rizan el rizo hasta lo imposible, la irracionalidad hilvanada en la lujuria
barroca y el expresionismo abstracto que desestructuran y agotan los esquemas
armónicos mediante variaciones increíblemente infinitas, la secuencia contiene
los entresijos pulsionales del fetichismo y de las vacilaciones, la trampa está
siempre tendida en el escabroso paisaje del imposible destello de la
consumación. En su turbia ansiedad ha espiado desde la fronteras de la locura
como un voyerista vicioso su sombra exhibiendo su cuerpo y su genitalidad sin los
tapujos del recato, sabe que merece el mítico castigo, pero no se arrancó los
ojos porque aquí la tragedia no depende del misterioso destino, de la estoica voluntad
o del mero azar, sino de la naturaleza misma de su terrible obsesión.
jueves, 9 de abril de 2015
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