Paralelas, suaves, desnudas, largas
como el deseo que en ellas no se consuma, aun, mórbidas de ingle a puntita
coronada del dedito mayor, de entrepiernas a talón, las rollizas convexidades
de las rodillas, los diez rojos granates refulgiendo allá en el mullido piso,
carnales anatomías bifurcadas. Entre el alegre verde claro que inicia ese tibio
abismo de alturas, y el oscuro verde sobre el que se planta en sus desbordes de
coquetas sensualidades, sobre una lúdica ciudad que no sabe de los deleites que
la pisan. Esas piernas muy blancas casi albas, mórbidas, marmóreas, florecidas a
la sombra como los pétalos lunares de las orquídeas nocturnas, tersas lisuras
consteladas de breves soles quietos, palomas o flores sobre cielos o mullidas
arenas entibiadas en reprimidos ardores de hembra atrapada en sus propios
laberintos, vanidades dietéticas, soberbias de doña seductora dueña de ricas
piernotas, muslos, canillas, empeines, rotulas, carne que te quiero carne,
carne lamida, carne acariciada, roces buscando calientes mojaduras, vellos
púbicos negados por recato, coquetería o crueldad, quizá por una turbadora seducción
de delicada mantis carnívora o etérea
medusa ponzoñosa. De pie, de piernas juntas, encogidas o cruzadas, magras
carnes desnudas, delicias caminantes, carnuítas, calentonas, columnas
convergentes en la húmeda lujuria de su sexo intranquilo, clara piel sin
pudores ni urgencias, cohechos en delirantes perspectivas, seducciones
desinhibidas, soberbias trampas para obligar a olvidar exabruptos, furias y
celos inconsistentes. Alguien observa excitado el majo espectáculo, muy
agradecido, muy agradecido, muy agradecido, y comienza a escribir inspirado en esa
dual excitación: Paralelas, suaves,
desnudas, largas como el deseo...
sábado, 18 de abril de 2015
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