lunes, 27 de abril de 2015

ESA, MUJER HEMBRA AMANTE


“El lento verterse del placer es, en un punto, el mismo que el de la angustia.” Georges Bataille

Te recuerdo así, alta muy alta, de largas piernas torneadas, hermosas como un dibujo, melena aleonada y rebelde, y vestida en sensual rosado, brassiere, tanga y tacos, alta muy alta, y yo sentado en el sofá tragando la saliva que después esparciría por tu cuerpo tendido desnudo en el lecho antes de hacer el amor primero como las lombrices, luego como los caracoles y por último como los cangrejos (i), y allí mismo nos manoseábamos enviciados en las horas que nos borraban del ahora, desaparecidos humeantes, salvajes y lascivos, buscando el rincón del otro donde nadie hubo antes, los goces aun no vividos, las exuberantes fantasías  del sexo a plena luz, los recovecos y los intersticios del deleite físico y de la carne que arde en sus propios fuegos. Te dejaste poseer en la plenitud absoluta de tu dulce madurez, los años venían fulgurantes, traviesos y lúbricos, rozamos límites prohibidos y bebimos el embriagante vino de nuestros estíos, los cuerpos danzaban las músicas del deseo, cópulas o masturbaciones, cada carnal delicia la saboreamos hasta la última gota, todo era posible, hasta esa tierna felicidad que se parece tanto al amor. Te llevó la vida más allá del túnel, después cerca de las nieves en las cumbres, después en medio del tráfico de una ciudad con su parque y su río, y por ahí perdimos el rumbo de colisión constante, nos devoramos con pasivas lejanías egoístas, pasividades y furias acumuladas a destiempo, sin comprender que el abismo se abrió aquel día que cerraste la puerta del lugar de las citas atardecidas, donde florecía el ceibo y veíamos llover por el gran ventanal abrazados en aquel lecho inolvidable.

(i) Cien años de soledad. Gabriel García Márquez


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