viernes, 17 de abril de 2015

VERA ICON


Sola caminante a media mañana por la solitaria calle desde el oriente conventillero al lapidario poniente mortuorio de flores mustias e inmóviles silencios subterráneos, todo era otoño, su penita de andrajos desteñidos, su humildad de piedrecita o de hierba, su silueta intrascendente con algo de ausencia y de melancolía, de ese tango triste de “tu sombrerito pobre y el tapado marrón...”, sonríe mientras se acerca, y destella. Arriba un colorado vivo, carnaval o fiesta, con finas líneas blancas paralelas al trazo observado con vehemencia que va de pezón a pezón, cuello blanco sucio, verde petróleo abajo, desvaído, desastradas sneackers del mismo blanco sucio. Chica más que baja, gordita más que maciza, pelo miel de variados tintes entre amarillo y marrón, liso apelmazado, crenchas ralas desordenas, mal peinadas, aperfumada (sic) con soleados sudores de fúnebres flores mustias y aguas de floreros abandonados, roto el collar de sus amarillentas perlas verbales. Pero ahí otra vez, cotidianas, las dos protuberancias, sobresaliendo marcadas en el colorado con rayas como cuaderno de copia, deformando incitantes el paralelismo perfecto de esas líneas blancas intervenidas, sus grandes pechos caídos, sin sostén ni turgencias, pero ahí inhiestas las protuberancias, las cúspides del desasosiego, la inquietencia (sic) provocadora del efecto sicer arietinum, el misterio del color de las areolas, del tamaño de su redondez, de su rugosidad secreta, escondida, oculta incluso a la imaginación del tímido voyeur, mirón de pobla o pervertido casero. Se va pronto siguiendo el mismo rumbo por donde vino, hacia ese occidente donde todo está muerto, como sus pequeñas y limitadas esperanzas.


No hay comentarios: