Callas en la penumbra escuchando
los sonidos de tu lujuria, tu cuerpo desnudo incendiado entre las sábanas, ansioso,
tenso y estremecido, humedecido por los impúdicos sudores de una fiebre impura
y por los íntimos jugos que va destilando tu vulva en el hambre insaciada de la
cópula imaginada. Agua salada de un mar turbulento que escurre entre tus
pechos, entre tus muslos, que se derrama quemando tu ombligo y tu vientre, que
se vierte en las vacías palmas de tus manos empuñadas. Callas esperando mi voz
para que te llene el cuerpo de palabras prohibidas, sin protocolos ni decencias,
grititos quejidos susurros que penetran tus oídos para que sientas mis manos manoseando
tu entrepierna, mientras tú recorres mi erecta comarca con tu respiración
agitada y el fuego de tu aliento incinerando los senderos orales por donde
surges hembra entre calores y olores, y te anegas en la densidad carnal del
restriego, del lúbrico roce, del tacto que se transforman en gemidos y se
inserta en las fisuras del placer vergonzoso, desliza tus manos sin vergüenza, detallando
tus liberadas fantasías, tus ganas, tus ansias de ser poseída hasta el vértigo.
Callas oyendo los ecos mi voz que te habla de cosas sucias, procaces, enervantes,
y te vas hundiendo en ese perturbador ámbito masturbatorio, provocada sudorosa
lubricada, sofocada hasta los mismos poros de tu piel en ese infierno de tu
flor abierta y vacía, ansiosa y audaz, tus dedos pecan en la húmeda voracidad
de tu pubis, el erecto botón sensible, los pétalos mojados en la curva convexa
que deja tu rígida espalda arqueada, como un arco candente sobre el lecho
vacío. Callas en tu desnudez desesperada navegando hacia el insomnio, agitada
tu vagina, humedecida, como si yo estuviera ahí en la oscuridad penetrándote en
un furtivo coito de ángeles profanos.
jueves, 2 de abril de 2015
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