Sensaciones que habitan tu nocturno como
brasas o espinas entre los pliegues de las sábanas del insomnio, caricias
abarcando la arqueada voluptuosidad de tu cuerpo encendido, la tensa
circunstancia de esa soledad carnal que va de venas a poros induciendo el
impuro sudor de la virgen inconclusa, amordazada, atada. Tus manos ya no
soportan el peso de esa angustia que pulsa tu cuerpo estremecido, pero temes
decir fuera de la noche los murmullos de sus íntimas vibraciones, no te atreves
hacer una hoguera con ese amor no correspondido o ese desamor aun no sepultado,
con alguna oscura experiencia que bulle en tu alma desesperada, con la reseca
leña de una opción sexual oculta o de un placer secreto, incinerar quizá una
pasión contenida o simplemente esa tímida vulnerabilidad vital que te coarta
invencible, una pira que ilumine las sombras del desencanto en un destello
liberador y te arroje a las cálidas aguas del tumultuoso río del aquí y el
ahora. Allí tendida a ojos cerrados percibes en ti una voluptuosa cercanía, no del vetusto monumento al amor
ya vencido sino de la vigencia ineludible del eterno deseo que cruje en los
huesos y supura en las grietas de la piel, esa lenta lujuria que va
incrustándose en la penumbra sin tiempo de la larga noche de tu surgente
delirio, pero aquietas tu respiración para no oír sus pulsantes latidos. Tautologías,
hervores, alucinaciones, nítidas iridiscencias, atrevimientos. La hojarasca que
dejan las cenizas de las secretas fantasías, el rescoldo de la absurda
abstinencia que cosechas en la madrugada cansada de la insoportable vigilia.
miércoles, 1 de abril de 2015
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