miércoles, 1 de abril de 2015

RECANTO DE MALAMOR


Sensaciones que habitan tu nocturno como brasas o espinas entre los pliegues de las sábanas del insomnio, caricias abarcando la arqueada voluptuosidad de tu cuerpo encendido, la tensa circunstancia de esa soledad carnal que va de venas a poros induciendo el impuro sudor de la virgen inconclusa, amordazada, atada. Tus manos ya no soportan el peso de esa angustia que pulsa tu cuerpo estremecido, pero temes decir fuera de la noche los murmullos de sus íntimas vibraciones, no te atreves hacer una hoguera con ese amor no correspondido o ese desamor aun no sepultado, con alguna oscura experiencia que bulle en tu alma desesperada, con la reseca leña de una opción sexual oculta o de un placer secreto, incinerar quizá una pasión contenida o simplemente esa tímida vulnerabilidad vital que te coarta invencible, una pira que ilumine las sombras del desencanto en un destello liberador y te arroje a las cálidas aguas del tumultuoso río del aquí y el ahora. Allí tendida a ojos cerrados percibes en ti una voluptuosa cercanía, no del vetusto monumento al amor ya vencido sino de la vigencia ineludible del eterno deseo que cruje en los huesos y supura en las grietas de la piel, esa lenta lujuria que va incrustándose en la penumbra sin tiempo de la larga noche de tu surgente delirio, pero aquietas tu respiración para no oír sus pulsantes latidos. Tautologías, hervores, alucinaciones, nítidas iridiscencias, atrevimientos. La hojarasca que dejan las cenizas de las secretas fantasías, el rescoldo de la absurda abstinencia que cosechas en la madrugada cansada de la insoportable vigilia.


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