“Sé que me harías
rendir, con solo llegar a tocarte ya estaría rindiendo... ah!”. Anónimo
Atrapado.
Besos mañaneros que
hacen florecer el día imaginando las bocas que se tocan y se atrapan, besos
nocturnos de lenguas juguetonas y succionadas, de labios ensalivados que
abarcan otros labios ensalivados, que muerden tiernamente, besos salvajes,
ansiosos y desesperados, humedades premonitorias de caricias más profundas, de
estremecimientos y gemidos, de una loca trabazón de dos cuerpos ebrios de
deseos buscándose en la blanda oscuridad del lecho. Besos crepusculares,
tiernos ósculos que brotan entre las siluetas abrazadas en un parque en un
atardecer imposible, susurros con promesas de sueños que no habrán de cumplirse
pero que hacen destellar los mojados labios por los rubores del cómplice
poniente que observa silencioso e imponente los primeros escarceos de la manos
ávidas acariciando bajo la falda y las otras manos rozando tímidas la escondida
virilidad latiendo en su cercado territorio. Plenitud de besos entre románticos
y eróticos, atrapados en ese espacio inquietante que existe entre el amor y el
sexo, con deseos, excitación y ternuras, todo a la vez bajo el plenilunio que
se esconde en los follajes, o inmersos en la lujuriosa tentativa de carnal inmortalidad.
Ella cada vez mas atrevida, él con el mismo temor por sus antiguas furias si
cruza algún límite (que aun no conoce), ambos concientes de sus limitaciones
aprendiendo juntos muy juntos las mañas para sobrepasarlas, los recovecos por
donde los besos dejan las bocas para ir a navegarse por los cuerpos desnudos,
donde los labios asumen una impune y desatada sexualidad y beben los jugos del
pecado y saborean la carne tibia y palpitante que se vuelca en el estertor del orgasmo
y se vierte en la rebosada eyaculación. Eso.
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