Cuanto has cambiado desde que entré a tu
vida echando la puerta abajo. No golpeé la puerta con timidez de enamorado.
Desde el primer instante, me sentí dueño
de tu cuerpo y de tu alma. Te hice sentir que todo cambiaba en tu vida, esa
pequeña vida tuya de mujer sola, de comodidad, de blandura, se transformó como
todo lo que yo tocaba. Yo hice reflorecer la hembra que desde muy joven le
gusta andar desnuda en la casa, sintiendo esa secreta sensualidad del pecado,
de lo prohibido, esa hembra que ahora sale a la calle a comprar sin calzones,
aunque sea por flojera, pero igual sintiendo en su intimidad la sensación del roce
de la ropa en su entrepiernas, en su pubis ansioso, la exhibicionista mañanera enviciada
en mostrar como jamás pensó sus pernis y sus pelis, muslos ingles y vellos
púbicos, con o sin bragas, con camisola o nada, desvestida, desnuda, sugerente
y sin reconocerlo, excitada. En
todos esos momentos, yo escribía estos textos, que te hacían subir al cielo o
bajar al mismo infierno, con la crudeza de mis palabras que te quemaban como
brasas. Ahora percibes y vives con otra intensidad la sensación de lo que te
era vedado, de la transgresión, de la sensualidad viva y punzante, ahora el
sexo es un tema para pensar y soñar, ahora puedes abrirte a tus propios deseos,
pueden rozar tus dedos sin vergüenza los bordes de tus otros labios, el cauce
húmedo, el protuberante capullo sensible. Todo se transformó en tu vida. Entraste a un mundo que antes nunca soñaste
que existía desde que yo
penetré en tu vida. Y aun te quedas a veces en tu
solitaria altura pensando en todo lo que has cambiado gracias a mí.
Nota,- En cursivas, paráfrasis
de un fragmento de la Introducción a Los Versos del Capitán de Pablo Neruda.
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