domingo, 3 de abril de 2016

SONROJOS


Ah! Baronesa, ¿que otro fin más sublime tiene la literatura que el despertar emociones? Ese sonrojo justifica mis palabras en su verbo y su esencia, y consuma mi eterna búsqueda; alcanzar a tocarla con la levedad de un susurro, siempre en la complicidad del mágico silencio que solo nosotros desciframos, solo nosotros. Siempre hay un momento en que uno sueña antes de entrar en el sueño, de ahí surge la inspiración que florece en ese rubor de sus mejillas. Sé que la acoso con mis deseos incesantes, ya declarados imposibles, pero que se hacen reales cuando su piel se eriza o su cuerpo se estremece escondido en la penumbra de su imaginación que toca y acaricia, que bebe los licores prohibidos o se deja turbar por misteriosas pulsiones de un ayer de fervores y lujurias, de ardientes remembranzas de cuando caminamos juntos por los bordes de abismo de la pasión a punto de desbocarse, de aquello que pudo ser y no fue. Sé que siempre logro sonrojarla y echar a volar su ego más allá de la vendimia de su pudorosa y tierna madurez, que hago renacer pecadoras intenciones en las instancias de su boca, de sus manos, de su pubis dormido, de su breve insomnio antes de sumergirse en sus sueños para rozar mis labios con ese un beso sutil y agradecido. Usted sabe que cada texto que le escribo es solo un lúdico (y por supuesto vano) intento de seducción y de incitación poética, que apela delirante al derecho inalienable a soñar que detenta todo poeta. Esa es mi justificación y también mi pecado.

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