En el contraluz marino e invisible allá al
fondo, como un paisaje ciego de fulgores y resplandores, dos siluetas ausentes
ensimismadas, silenciosa, inexistentes, tú en el lado de las sombra, como en
fuga, en tus manos el rojo bilz, el amarillo kem, arriba las oscuras esferas en
un claro cielo enmaderado. Rojos tus labios como un geranio inalcanzable a los
besos del pescador hambriento, tu frente amplia, tu pelo desordenado, ocultos
los ojos en los oscuros cristales, tu poca piel desnuda, escasa en la formalidad
de dama en viaje playero, refleja esa luz que acumula los reflejos de un sol
ardiendo detrás de la luminosidad incolora. En ti la negra blusa con figuritas
blancas como salpicaduras de espumas que traen los tranquilos oleajes del sube
y baja de tu respiración, y allí enclavado e insinuante el escote abierto
apenas, como un surco que atrapa la mirada, que llama a caer por ese abismo
tibio y blando donde me sueño incrustado como un macho niño solitario. Y dentro
de la tajante insinuación otro blanco, breve y sensual fragmento, más intimo,
del brassiere que guarda los secretos de tus tibias palomas gracias a un botón
que se desabrochó cómplice de los ojos pícaros del macho observador, o
desabrochaste con sutil coquetería para que la imagen inspirara algún día (este
hoy en que te escribo) los lúbricos verbos de un édipico macho obsesionado. Y
como un tierno arado los ojos míos lejanos surcan una y otra vez ese canalillo
en penumbras que se adivina entre tus pechos, y yo soñando hundirme en su
voluptuosa hendidura, vagar ebrio de tu perfume por esas suaves colinas, volar
extasiado por el tierno vaho de calor que se esfuma fuera del contraluz, reptar
oliendo lamiendo besando esa dulce depresión sombreada que divide la mórbida
plenitud de tus pechos.
domingo, 24 de abril de 2016
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