“Sólo habita el utópico deseo,
el fantasma de aquello que no ha
sido...”
Liliana Varela.
No poseí el vaho de tu respiración en mi
pecho, ni las caricias de tus manos en mi entero cuerpo buscando los goznes del
deseo y los intersticios por donde se vuelan las inhibiciones, los temores y las
dulces reticencias, no sentí el leve sonido de tu pudor floreciendo en las
penumbras, el sabor del rubor en tus mejillas, el aroma de tu cuerpo
estremecido y anhelante, la ondulada curva que va de tu cintura por tus caderas
a tus muslos, la tibia línea que baja de entre tus pechos hasta tu pubis y más.
No alcanzamos la noche en que nuestras manos profanaran con lento impudor las
sinuosidades de las carnes palpitantes, que hurgaran los vestigios y las
sombras por entre nuestros cuerpos desnudos, suaves combas y rígido mástil,
abierta húmeda, duro erecto, borrados por el tráfago de la cópula que socavaría
los últimos recatos. No fuiste dueña de mis besos por las comisuras de tu boca,
de mi aliento quemando el terso surco entre tus senos, la sensación de mis
labios embebidos en los tuyos, la nostalgia de mis dedos entretejiendo tus
cabellos, el sopor de tu pasión consumada que permanece temblando laxa entre
mis brazos. No vivimos esa hora sublime en la que saciados de sueños cumplidos,
tiernamente machihembrados, anegados de besos y manos afanadas, íbamos a dejar
de ser nosotros y desaparecer sumidos en el tiempo de los magnolios y las
dalias. No fuimos una sola sombra allá bajo el farol de una calle solitaria, ni
las siluetas difusas en un parque un atardecer de lluvia, no fuimos,
simplemente nos vencieron nuestras malditas cobardías y no fuimos.
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