“En ti vacilo, caigo
y me levanto ardiendo.”
El Daño. Pablo Neruda
Tú no sabes el tamaño de mis ansias por resbalarme
a través de tu cuerpo en un delicado restriegue acariciante, de besar tus
labios haciendo noche en el descampado de tu semidesnudez biunívoca; recatada e
insinuante. Ignoras el caudal de deseos que fluye por mi virilidad hambrienta
de tus íntimas y ceñidas humedades, la memoria imborrable de tus gemidos
quedos, tu piel asustada, tus manos suaves esparciendo tus ternuras, los
susurros de mi boca en tu oído, mi lengua atrapada en el vicio de lamer tu
lanceolada corola carnal abarcándola bajo el murmullo del goce que te
disgregaba en ardientes arenas y salvajes oleajes de espumas adormecidas. Desconoces
como en la solitaria tarde del bosque arden mis fuegos cuando te encuentro en
las piedras de las lluvias, en la placidez de los peces en el estanque, en la
ondulación vegetal que refleja tu cuerpo en aquel lecho lejano e irrecuperable.
No percibes la vastedad del delirio de poseerte, otra vez, como si fuera el mismo
atardecer en el que nos sumimos por primera vez con la desesperación de los
amantes que se encuentran al final de un
luengo camino de soledades y desengaños. No sabes la intensidad de la urgencia
de mi boca, mi lengua, mi miembro, mis labios y mis manos por cercar tu pubis y
asolarlo con la demencia del macho solo. Por todo esto y más es que apelo a tu
misericordia de musa esquiva e inaccesible para recuperar tus tibiezas
sumergido quieto y feliz entre tus pechos.
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