Ese maldito que llegó a última hora a
quitarme lo poco que era mío, te puede lamer la piel hasta el hartazgo, estar vivito
y coleando entre tus manos, acurrucarse a tu lado ahí en tu lecho imposible,
quedarse quietecito entre tus pechos, dejar que lo beses o lo arrulles, puede
andar por tu alrededor contoneándose y mostrando su sexualidad con absoluto
desparpajo, puede oler tu ensortijado perfume, oler tus tobillos y tus
pantorrillas, quedarse de inocente e inofensivo mirón mientras te desnudas o te
vistes, o quizá hasta cuando te duchas y el corretea por ahí haciéndose el monito
gracioso, mirará bajo tu falda inmune a las furias de tus inhibiciones, pequeño
como es se da maña para perecerte inofensivo, tierno, monono, aunque bajo esa
piel no de oveja sea un pérfido reptil ponzoñoso. Tampoco me calienta, dices,
pero en el tiempo largo la cercanísima convivencia construirá el puente y despertará
la tentación, aunque desde este lejos mi voz te siga susurrando al oído
mientras miro solitario al atardecer tu rosa debida, seré apenas rara silueta a
la sombra del olvido. Y tú te lo comes a besos ambiguos entre rufián y fiera, y
el lengüetea impune tu rostro que también era mío, y tus manos lo elevan al
séptimo cielo, y te ronda por la noche en el patio mirando las estrellas, y tú
lo piensas entumido, y así, noche por noche, día a día, va ocupando sin que te
des cuenta mi lugar en tus sueños. Tendré que aprender su idioma primitivo y animal,
a mirarte con ojitos de huacho, a parecer siempre humillado o payaso, a aullar
a la luna haciéndome el macho solo, y a acosarte por donde andes como un
amoroso y manso lobo de peluche.
viernes, 8 de abril de 2016
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