“el escote inquietante como la tierna
obscenidad de mi edipica obsesión”. Óleo de mujer re/posando. Mismo Autor.
Sentada lánguida y sexualmente perversa, casi
semidesnuda en el fucsia que se declara poseedor del matiz de antiguas dalias
edípicas, en tu piel morena a la sombra se vislumbra clarito el límite hasta donde
asoleaste antes tus pechos y la dulce blandura de la comarca donde el sol no
llegó, allí una dulce palidez detenta la tonalidad absoluta de tu cuerpo
desnudo como lo sueño en todos los lechos de nuestras futuras reencarnaciones. Tus
ojos escondidos detrás de los muy oscuros cristales mirando como te miro
lascivo y excitado el marcado canalillo que florece en tu amplio escote
veraniego, azorado por el vértigo de tal ostentación inconclusa. Sentada en un
escorzo incitante, provocativo en la pose y en el serio descaro, como si nadie
te mirará, pero deliciosamente al borde de una obscenidad premeditada, tu
rostro impenetrable de esfinge misteriosa o serena estatua intocable, y el
envidiado colgante circular con la cruz de otra pasión menos lúbrica quemando
uno a uno los poros de tus pechos plenos. No la rosa humedecida ni el perfumado
ensortijado, solo la actitud y la intención, el lánguido y coqueto reposo, la
dalia que te cubre y te descubre, te viste como un capullo apegada a tus formas
y curvas y blandas sinuosidades, cuerpo sacro ardiente abierto nocturno, en
perspectiva delirante, en sublime escorzo para exponer la cárcava palpitante
del escote, la cóncava visión recortada negada prohibida, los ocultos pezones
oscuros y protuberantes, la tersa morbidez que mi boca labios manos dedos
sueñan y añoran, la esponjosa combadura donde se hunden los instintos de la
primera tentación y del primer pecado.
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