Para LGH, en su
azul devorante.
Cuantos
morirían por despeñarse en la hondura de tu escote, por hundirse entre las
lunas soberanas de tus pechos, por naufragar en ese tibio canalillo que las
divide, por extraviarse extasiados por esas mórbidas dunas, por buscar el aroma
de tu piel en el ansioso delirio de esas amplias turgencias arrastrados por sus
oleajes. Cuantos suicidas habrán cerrados los ojos en su último instante para
volver a ver las mullidas blanduras de tus senos y soñar que dormir en ellos
por almohada ha de ser el paraíso. Cuantos machos te seguirán imaginando en tu
lecho desnuda como una maja esperando el ceremonial del deseo. Cuantos mástiles
se elevarán en los océanos de las lujurias para zarpar a tus cercanías y
desembarcar sedientos en las islas donde maduran los dulces frutos de tus
pechos. Cuantos buscarán ese azul que dibuja tu estilizado contorno o el ribete
azul y celeste que circunda tu escote y glorifica tu busto, o los breteles que
pueden deslizarse impunes desde tus hombros. Cuantos observarán hambrientos de
obsesivas lascivias la sensualidad de tu piel dorada por un sol que envidian y
la pálida y exquisita lisura de tus piernas y de tus muslos, o el inquietante
azul y su sombra que demarcan el triángulo de tu lúbrico y cálido monte de la
diosa del amor y la belleza. Cuantos poetas como yo hilvanarán sus versos
inspirados en el rosado sombrero, en tus ojos ocultos en las oscuras gafas y en
la sonrisa que vuela de tu boca como una alegre gaviota.
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