Para CR
Todo el horizonte, los
extramuros del día, la premonición del nocturno, el calor incipiente de la
tarde, estaban cubiertos por tus muslos, abarcados por esa cegadora
luminiscencia de una remota sexualidad destapada, fue como si el entero
Universo vigente estuviera acontecido de tu carnalidad suculenta, de esa
intensidad lujuriosa que surge a borbotones por los poros de tu piel desnuda. La
sábana que oculta y niega tu vulva en su olorosa y húmeda espesura florecía en
el rincón de tu entrepiernas y subía invisible a la mullida duna de tu pubis, los
astros lunares destellaban carnales y tímidos en ese espacio de tersa suavidad
donde días sin lluvia mi saliva hizo gorgoritos y mi lengua vago como un
caracol destinado en busca de los sabrosos pétalos de tu sexo embebido de los
íntimos jugos del deseo, allí, en esa mórbida palidez las manchitas
configuraban extrañas constelaciones: La Rosa Hambrienta, La Cruel Beata o La
Pudorosa Egoísta, y cada una guiaba a mis extraviados ojos hacía los
acantilados del desasosiego o a las ardientes arenas de las islas
masturbatorias donde eres reina poseedora del misterio de toda tu exhibida piel
posible. Y fue entre los intersticios de la sublime visión que busqué la
sinuosidad y la curva, la blandura excitante de una suave comba, el calor de la
carne palpitante, su sabor a provocativa sal excitada y su vaho marino de
violenta marejada. Toda la perspectiva contenía la voluptuosa insistencia de tu
muslo, su libidinoso cautiverio implícito y su obscena tenaza premonitoria de
goces perdidos, y yo la veía en medio de una deliciosa calentura refulgiendo
como una lánguida brasa en la alta hoguera de tu castillo.
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