Para N. C., isleña,
marina y deseada
Entre negras rocas
volcánicas con sus brasas en ti suspendidas, sobre pozas de un mar dormido con
la sal ardiendo en tu desnudez por la impúdica palidez de tu piel, por tu rostro
de ninfa marina o de incitante sirena soleada o de voluptuosa musa oceánica, ya
brotan mis impuros deseos desatando una nueva obsesión. Me rindo desarmado a tu
poético desenfado, a tu exquisito descaro, a tu sensual desparpajo, me entrego
a ojos cerrados a las visiones inquietantes de tus paraísos carnales, me
doblego al hechizo de tu cuerpo irreverente, a sus delicias y recovecos, me
extravío en los tibios llanos de esos imaginados territorios, me disgrego en
las arenas de tu isla, navego extasiado por sus oleajes y elevo el mástil sobre
tus aguas. Te acoso sumergido y oscuro en los ojos sátiros de las olas, te
dibujo así semidesnuda, con los lascivo dedos marinos y las anilinas ardientes
de la sal y las tenues acuarelas de las espumas, te espío en celo desde la
lenta marejada, te rozo la piel desde los negros roqueríos, con mis manos
encopo tus pechos desnudos de sirena sola y pensativa frente al mar humedecida
de íntimas y secretas nostalgias y quizá de misteriosas e imposibles lejanías.
Te asedio con mi verbo encendido, con el vaho del aliento ultramarino y
desciendo feroz por tu cuerpo como un
suicida enamorado por su último acantilado mortal, te asedio ebrio de tu
deliciosa imagen, de tu excitante, altiva y sensual soberbia, como una hermosa
escultura insobornable frente al mar de esos desolados corazones que rompes,
trituras y fragmentas hasta el mísero polvo o la fría ceniza, y los dejas allí
para tu mayor gloria enterrados en las tibias arenas de tu isla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario