En el delirio
y tormento del desesperado celibato, lento el tiempo o imposible la distancia,
ardo en los fuegos de tu cuerpo, en la visiones, las memorias, los estragos que
dejó como huella o marca en los lúbricos laberintos de mis instintos, desnuda
perla fosforeciendo en las mañanas, cuerpo que se entrega a la dulce vendimia
del que mira y mira extasiado las soberanas sinuosidades exultantes de la
deseada hembra plena, vigente, eterna y enmascarada. En la sed y el hambre de
la reseca abstinencia, vicisitudes o circunstancias de la rutina, del desengaño
o de la ausencia, me inserto en los ceremoniales del vicio solitario, la mano
roza sobajea soba aprieta frota ritmea el miembro con lenta fruición, pecadora
gozadora impenitente sube y baja el prepucio, urge incesante el desate, la
vertencia, la placentera eyaculación. La lengua se desliza entre los labios
entreabiertos, los ojos cerrados para dejar que la imaginación florezca en la
absoluta oscuridad y el deseo surja como estallido, fulgor o destello y se
extravíe en los paisajes de siluetas o sombras que son patrimonio ancestral de
la tormentosa lujuria. Me incinero incrustado en las brasas que dejé encendidas
un día entre tus muslos, saboreo otra vez la miel densa que escurrió de tu
vulva, huelo el leve sudor de tu piel enjaulada, y volvemos a besarnos
acariciarnos frotarnos masturbarnos, a copular como fieras salvajes en un lecho
que gira sobre si mismo en la convergencia de todos los objetos y los rostros
mientras el atardecer termina allá afuera sus trabajos en la liturgia final de
otro día vacío.
jueves, 19 de febrero de 2015
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario