Te escondes en vano detrás de la rosa roja en
tus labios porque las yemas de mis dedos seguirán danzando sobre la mórbida
ilusión de tus pechos, porque mis manos subirán por tus caderas hasta sumirse
en tus axilas, por que mis labios permanecerán embebidos en tu pelo miel oro
derramado, porque mi nariz huirá como siempre en la noche surcando el canalillo
hacia abajo hasta tu ombligo, porque la rosa roja repetida no borra el hechizo
de tu cimbreante cuerpo desnudo alguna vez sobre rojo lecho. Te ocultas en el
rojo de antiguas rosas rojas con tu sonrisa coqueta y tu mirada furtiva,
desatas los nudos del deseo y te vuelves estatua o silencio, ajena ausente,
desperdigada en los rincones del recuerdo, habitante mañanera tintineante,
soberbia en tus hábitos de hembra palpitante, recupero de tu piel las lejanas
lujurias y las vas moliendo, ardientes arenas, en el cuenco de tu espalda
bailaora, te despliegas enjoyada sobre los negros encajes, escote perfumado en
ese tibio abismo del suicidio de este gitano clandestino. Alguna vez su dulce
madurez rompió el cristal de la madrugada, y entre el frío y la llovizna la
llevé caminando embelesada, (quizá soñando), por las calles desconocidas de un
barrio que yo le iba describiendo pausadito, y en las últimas esquinas toqué sus pechos dormidos, y se me abrieron de
pronto como ramos de jacintos (i). Y todo esto se lo digo desde lejos,
invisible, lúbrico y solemne, para que el destino cierre el libro del encuentro
y éstos sean los últimos versos que yo le
escribo (ii).
(i) La
casada infiel. Romancero gitano. Federico García Lorca, 1928.
(i) Poema
XX. Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Pablo Neruda, 1924.
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