Para la Baronesa Imposible
Las arenas grises, los albos
oleajes, las espumas burbujeando y el horizonte dividido en los dos azules de
cielo y mar, los lisos grises pulidos roqueríos, las agresivas y duras rocas
sin cantear que la cercan, las verdes docas entrevistas en los vacíos
rectángulos de la blanca balaustrada cubista de la costanera que bordea la entrañable playa donde las arenas son
vitrales de mareas que cuentan la historia de sus días y sus tiempos. Y
ella en rojo esplendente, rojo apasionado, rojo incitante, rojo llamativo,
sensual y fugaz, como un aroma de feromonas que la salada brisa marina difunde
por los costeros intersticios de los deseos. Ella allí coqueta y tierna,
excitante en su pose de sensual estatua marina, de mascaron de proa de un
velero que nunca se atrevió a navegar por los océanos de las lujurias
desatadas, del clandestinaje de los amores ocultos y las pasiones secretas que
se consuman en la sombras de los otoños atardecidos. Ella, con su mano en su
pelo en un gesto ancestral de altas seducciones, sus pies casi desnudos en
doradas sandalia como los de una nereida danzarina extraviada en los terrestres
territorios de un continente de algas y gaviotas, largos flecos del mismo rojo
urgente acarician sus muslos siguiendo el rumbo de los vientos oceánicos, finos
dedos negros cubren encopan su seno sintiendo el punzante latido del sensible pezón
al mismo ritmo de las olas en su incesancia solar lunar, mientras el otro se
exhibe escondido en el lúbrico rojo pleno y turgente, orgulloso de su mórbida
voluptuosidad. El paisaje acontece inquieto esperando la noche en el reverbero
de su pálida piel destellando perfumada como los reflejos de la mar bajo el sol
vertiginoso que no quiere, por ella, atardecer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario