Nos enredamos en torpes
turbulencias, nos negamos la breve felicidad de los cuerpos copulando, la
vorágine de los deseos que se consuman enloquecidos, nos evadimos de la
carnalidad última, pequeñas brasas en las cenizas, como si el tiempo fuera un infinito
de días porvenir, un sin fin de tardes lluviosas, de parques por caminar
pisando hojas secas, de atardeceres marinos, de luces de barcos atracados en la
noche ilusoria de un puerto que no ha existido nunca, paisajes de sombras en tu
ventanal, lejano campanario, hierbabuena y tabaco. Besé tu boca abarcándola,
lamí tu cuerpo semidesnudo, tus muslos, tu pubis de ralos vellos, olí y saboreé
la húmeda verticalidad sexual que me esperaba entre tus piernas, acaricie tus
glúteos y la curva tenaz de tu espalda, dejé que tu mano me consumara, vencimos
los crepúsculos y untamos de fervores el anochecer, el goce nos fue dado, y ahí
fuiste única e insoportable. Ahora es tarde, ya no les creo a las mujeres que se enamoran de mis letras
palabras frases párrafos textos, porque se enamoran de lo que no soy, solo les
parece que soy, para ellas, lo que buscan, un solitario, un ausente un
pasajero, un extraño sin rostro que las seduce por el verbo como si las
embriagara con el dulce vino de sus propias vendimias. Por lo demás ya no
importan, estoy viejo, estamos viejos, es cosa de números, de edad, la perdida
continua de futuro, el tedio de vivir lo mismo día a día o el mismo día
repetido de nostalgias y ausencias, el sinsentido de un desolado imperio vacío.
También tú huiste, pero quizá solo te escapaste momentánea por el verano
caluroso para no seguir sometida a mis fálicas urgencias y hastiada de ir tan
seguido a la iglesia a purificarte con otras aguas benditas.
viernes, 27 de febrero de 2015
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