jueves, 19 de febrero de 2015

L'ADDIO INASPETTATO DI FIRENZE


Se va, desaparece, no huye ni naufraga, se va en viaje sin retorno para que no se le vuelen los sueños, emigra hacia otras voces desatadas u otros ventanales clausurados, deja la penumbra cargada con su nombre y su silueta de sombras en las sombras. Se ausenta lentamente, sin torpes tristezas ni avisos vanos, se difumina como un humo de sándalo o incienso, como una misteriosa mariposa transitoria, abandona sin un gesto la pequeña y reiterada perversión de su fina mano suave aferrando frotando erectando con elegancia de amante francesa el miembro ansioso y sensible, con la dulce complicidad de esfinge en lejanía, abandona a su mala suerte las manos que encoparon sus pechos y acariciaron su pelo, los labios que rozaron sus pezones y jamás la besaron. Queda el tenue reverbero de su cuerpo en las paredes empapeladas, su sutil impronta de antigua dama extraviada en el tiempo que aun viene caminando por un pasado cristalizado allá en el barrio de sus últimas primaveras. Se marcha sin adioses ni arrepentimientos, se va como llegó, etérea, leve, femenina, envuelta en esa hermosura irreal que se miraba siempre desde la vereda de enfrente. Con delicadeza de eterna viajera se alejó aun antes de su partida para no dejar la nostalgia doliendo en carne viva, cumpliendo así la vaga premonición de toda adolescencia: Se va la mano que te induce. Se va o perece (*). Emigra altiva como si no hubiera permanecido nunca en el cuarto de la luz tamizada por las grietas de los muros vencidos. Se ausenta para siempre, definitiva y silenciosa, alguien a mediodía lo ha confirmado, y hoy una mano de congoja llena de otoño el horizonte (*).


* Mariposa en otoño. Pablo Neruda.

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