Para Susymab
Él toma un pincel de suaves cerdas, lo
embebe en licor y comienza a rozar muy suavemente las partes más sensibles y
delicadas de su cuerpo. A cada pincelada le siguen besos que la limpian. Las
zonas más candentes que antes se humedecían solo por las pinceladas de licor
ahora lo hacen también por la miel más pura y rica de su interior. El sigue
besando cada incógnito rincón de su cuerpo (*). Lamería el vino sobre tu
cuerpo desnudo, ese vino endulzado por tu tibio sudor, lo lamería por todos los
rincones de tu piel, lo sorbería en tu ombligo y en tu vulva, lo absorbería con
la puntita de mi lengua en tus axilas, en tus ingles, en la medialuna bajos tus
pechos y en la puntita de tus pezones. Bebería así cada uno de tus sabores
carnales en su misma fuente para emborracharme de ti, de tus jugos extasiantes
y de tus más íntimos destilos, te cataría como un beodo saturado de otros
néctares que busca el elixir distinto, único, que nunca satura porque posee
el resabio de la dulce vendimia de una
voluptuosa madurez. Santificado por tus brebajes derramaría entre tus pechos ampulosos
en cascada el vino del deseo para verlo escurrir hacia por tu estomago, por tu
vientre, por tu pubis, por tu vulva humedecida y beberlo ahí abajo mezclado con
la densa savia de tu sexo hasta la última gota. Entonces nos iríamos
embriagando juntos a lo largo del sueño compartido, con los ojos en los ojos y
los labios en los labios ensalivados, acariciándonos como en un sueño palpable
mientras nos sumergimos en un abrazo sexual lleno de ternuras y a la vez
copulando en un alto vuelo de inesperadas pasiones desatadas.
(*) Dulces pinceladas. Max Cher
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