miércoles, 9 de septiembre de 2015

LAS CUATRO DE SEPTIEMBRE DOS

Desde el púrpura que cubre tus pies hasta el rosado con puntitos que semidesnuda tus muslos antes del fucsia de la toalla, desde la miríada de locas manchitas que se esparcen por tu piel hasta la mariposa corazón detenida en la que se asoman pudorosos los vellos púbicos en el difuso rincón inferior porque te arremangaste seductora el corto pantaloncillo del pijama para mi gozoso placer solitario, desde tu recato timorato hasta tu coquetería contenida; en esos intervalos me disuelvo denso, fluido y caliente por las tardes de esos antiguos días sin lluvias cuando poseí esa carnalidad en su plenitud vehemente. Y mis manos acuden a la memoria de tu grata cercanía, a la lisura, a la blandura, a la tibieza de tu piel desnuda, a las combas tus duras nalgas sensuales, a tu vientre acariciado con pervertidas intenciones, a la delicada hendidura horizontal de tu ombligo escondido. Y mi boca soporta el recuerdo perturbador del sabor del mojito, del chocolate menta, de tu vulva abierta en flor sabrosa y jugosa, su textura cárnea, congestionada, palpitante, y de nuestros besos desaforados con resabios en las bocas de tu vagina y de mi miembro. Y mi lengua recita el mismo murmullo que declamaba mientras punzaba y lamía enviciada el sensitivo capullo de tu clítoris. Desde tus piernas cruzadas una sobre la otra, apretadas, como si quisieran impedir que mi rostro vuelva a insertarse entre ellas, o que mi verga erguida y dura reintente penetrar la dilatada humedad que guardan como un tesoro, hasta la oscura intención malévola de mostrarme tus pelitos. En ese calvario preciso te deseo.
 

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