Pour la Comtesse revêche débitrice
Es en la diáfana virtud de tus propios
abolengos, de tus recatos insostenibles ante la furia muda de tus pequeñas
lujurias, de tus pudores ancestrales que demarcan tus territorios prohibidos,
de tu temor a ser lo que eres allá en el fondo de ti misma, hembra pura,
solitaria mujer ansiosa, niña asustada ante los lúbricos cantos del fauno, de
tu miedo a que tu carne se inflame y arda en el fuego fulgurante de la cópula
exuberante o de una tímida y vergonzosa masturbación, es en esas femeninas
limitaciones que surges aun más generadora de intensas erecciones y más consumadora
del vicio masturbatorio. Sobre tigres y ocelotes, sobre panteras y leopardos,
cuadriculas y fragmentos, sobre tu lecho entibiado por el sensual calor de tu
cuerpo semidesnudo, resplandece en su virginal palidez tu piel clara como luna
otoñal. Tus breves bragas albas como espuma que llega a la suave duna de tu
pubis, los vellos púbicos asomando por el borde, lineal y delicada maraña de
algas olorosas a ti, la comba de tu vientre en su albura acontecida y tus
muslos juntos, apretados, impidiendo fugaces penetraciones, negando ensalivados
lamidos, incluso evadiendo la mano que se inserta y acaricia su excitante doble
superficie interior. Como siempre las tiernas máculas esparcidas en un azar
sexual e incitante. Y por primera vez tu ombligo, que mi boca anhela y mi
lengua sueña, como difuso y suave cráter lunar, como un impúdico cometa que
cruza el carnal cielo de tu estomago, tersa blandura que mis manos evocan. Mis
ojos hacen cumbre en tu rodilla esperando el día en que puedan descender
excitados hasta tu vulva.
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