Entro en tu
ámbito donde nunca entraré, ese sitio vedado a mis deseos y a mis lujurias, el
templo donde cada noche me sueño atrapado en tu cuerpo consumando una cópula
imposible. El cojín color café en tu lecho, con el osito de peluche y el Buddha
mirón. El mueble caoba, la repisa con las figuritas egipcias, los libros y los
cuadros. La puerta blanca del íntimo lugar donde te desnudas y dejas que el
agua te acaricie sensual la piel deseosa de mis manos. Es en la penumbra que
medio se asoma tu rostro, la sombra de tu pelo, parte de tu frente, la ceja, el
párpado, el ojo difuso en su mirada, la mejilla, pero no la boca que mis labios
buscan para el beso. Tú, recostada en el lecho cubierto con el mismo café del
cojín, una pierna sobre la otra, una oculta con pequeñas geometrías repetidas
hasta el infinito, la otra desnuda para mí desde la rodilla al talón, tu piel
refulge en su suave tersura, tu tibia pantorrilla, la curva del pliegue detrás
de la rodilla, el tobillos apenas visualizado, el borde trasero del talón, la
comba excitante de tu pubis donde imagino tus vellos púbicos, el delicado botón
de tu clítoris, la jugosa flor de tu vulva. Y me quedo como un fantasma erecto
rondando esos rincones, esos objetos que tus manos tocan en tus rutinas de vida
donde yo existo solo en tus memorias. Entonces para marcar territorio te envío
una roja rosa como el fuego que me consume en tu espera para que arda también
en ti, en tu cuerpo deseado, en tu piel que acaricio cada noche al recordarte
antes de dormir e ir a buscar por los sueños ese tu íntimo ámbito donde nunca
entraré.
miércoles, 16 de septiembre de 2015
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