“Siempre estoy aquí, siempre para ti,
siempre deseándonos así, siempre sé que me estás espiando, siempre seremos así”.
Susymabe.
“Es que me gusta lamer, saborear la
piel, me encantas así de loquita linda, deseo verte, espiarte hasta la
encubierta eyaculación”. Raúl.
Observé extasiado a mil seiscientos ochenta
y nueve kilómetros al sureste las guedejas de tu pelo, como ramas de aromo
rubio estremecidas por el viento o trigo maduro mecido por la brisa, mire
enternecido tu rostro al natural con su palidez virginal de doncella lunar, vi
saboreando tu finos labios rojos con tu sonrisa en flor, miré una y otra vez
enviciado tus párpados, tus ojos brillantes detrás de los cristales, las perlas
de tus dientes, tu nariz, tus mejillas, tus pómulos y tu frente, pero siempre
volvía a tu boca. Ya excitado por el prodigio de verte ahí al alcance de mi
mano te pedí que pusieras un dedo en esa boca tuya que me obsesionaba y tú,
prodiga a mis ansias te llevaste el índice de tu manito derecha a tus labios
encendidos, entonces asomó tu lengua y comenzaste a lamer y a chupar ese dedo
incitador, primero lento, como si no entendieras aun el rito de tu iniciación
ni sintieras en tu cuerpo el morbo del que te miraba con los ojos bien abiertos
y su mano aferrando su miembro que de inmediato alcanzó su máximo
endurecimiento, después lamías y chupabas más y más entregada al ceremonial de
tu exhibicionismo inocente y mi voyerismo pecador. Tú sabías que te estaba
espiando y tocando masajeando pajeando mi pene, que me estaba masturbando por
ti y en ti, me sentías, me intuías, me imaginaba, y eso te excitaba más de lo que
nunca pensaste y te dejaste fluir, arrastrar por ese oleaje que surgía de tus
entrañas y te entregaste a mi deseos abierta y mojada. Y de pronto cruzamos la
realidad y tu dedo era mi verga y mi pene tu dedo y tu boca tu vulva y tu dedo
mi falo y mis dedos tus labios y tus labios tus otros labios repetidos que
succionaban, y tú mamabas tu dedo que era mi verga vertiginosa y vehemente y vi
en tus ojos la calentura y supe que ya compartíamos el mismo pecado. Todo
estaba sucediendo entre nosotros como en un sueño erótico, así lo testificaban
los gestos y su contenido sexual, su intensidad voluptuosa, la mirada, el
rictus de la boca, el movimiento de la lengua entre los labios entreabiertos,
la palpitante dilatación de las aletas de la nariz. Entonces de súbito todo giró
y se confundió en un vértigo de excitación allá y de masturbación acá y el
espacio se contrajo y el tiempo se expandió hasta envolvernos en el mismo instante
y en el mismo ahora, compartiendo la lujuria de una sexualidad húmeda allá y
pegajosa acá, densa y caliente, de respiraciones agitadas, acesantes, como las de
una real y desaforada fornicación. Y ya descontrolado me vertí en mi mano que era
tu vulva que era tu boca donde tu dedo era mi miembro succionado eyaculando en
ti, descargué mi lechosa furia de solitario semental y mi semen quemante escurrió
por las comisuras de tu boquita pintada y nos inundó una grata sensación de
haber hecho y sentido el amor/sexo en la libre y cómplice plenitud de lo
virtual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario