Quizá mereces un castigo por
dudar de mis deseos, no de mi amor que es paloma asustada en vuelo perenne,
sino de mis ansias de entrar en ti hasta el grito, el sudor, y el orgasmo. Un
castigo que sonroje tus nalgas de niña mala, de hembra enviciada, de mujer
sometida, un castigo por imaginarme embebido en otras miradas que he
extraviado, por asumir que te escribo porque no te pienso, ni digo mis deseos
porque bebo de otras aguas tibias y densas que escurren de otras flores
florecidas en otros pubis. Castigo por no sentir el fuego de mi voz susurrando
en tus pezones, un castigo para sodomizar tu soberbia y abrir las tranqueras a
tus palabras salvajes y a tus arrullos edípicos, y para que así tu boca sorba
mis sudores y mi semen mientras mamas mi verga endurecida. Quizá necesitas un
castigo para que siempre sientas mi mano en tu pubis, mi dedo en tu clítoris, y
allá en tus pechos mis dientes castigando tus pezones. Necesitas un sádico
castigo por pensar que no te pienso. Un castigo masoquista que te lleve entre
dolor y goce a los purgatorios orgásmicos donde todo vicio es castigado. Quizá
requieres un escarmiento hasta que te muerdas la lengua que me lame sin saber
si te castigo por sucios deseos o por desesperación de amor. Vale.
sábado, 9 de febrero de 2013
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