viernes, 22 de febrero de 2013

SOÑACIONES DE VOS

Y si confiamos en que tu soledad y la mía se encuentren en los sueños como siempre?, que locuras viviríamos no?, te imaginás pebeta linda?, vagando abrazados por las tanguerías buscando los canyengues, bebiendo una caña en cada mesón, ir por las callecitas esas, viste, fumando abrazados, riéndonos de los notarios y de las enfermeras, con una musiquita de Piazzolla corriendo delante de nosotros como luciérnagas doradas iluminando las veredas, besándonos como náufragos en las esquinas oscuras, haciendo el amor de caracoles en los parques casi amanecidos, tomando un café negro bien dulce enfrente al lugar donde vivía Borges, y después ir a ver el amanecer descangayado allá por el mirador del puerto de Olivos, imagináte, que si no lo hacés no te sueño a la noche, y vos sabes que si no te sueño dejás de existir y te convertís en recuerdo, en florcita seca o en agua sin beber, así que pensálo bien. Aunque igual, a pesar  de tu silencio de prófuga inconstante te buscaré por los parques oscurecidos, detrás de las estatuas, en las sombras de la luna y en los arcos de enredaderas, vos sabrás pebeta si te encuentro porque sentirás un tumulto en tu corazoncito y seré yo. Porque sigo hipnotizado por tu ojos de gata maula, tres veces maldita, y no seas soberbia pebeta, tenés a lo menos dos deliciosos argumentos muy validos para mantener encendido mis deseos, viste, dos pálidas y mullidas dunas coronadas por dos tiernos y edípicos botoncitos, además, siempre acecho tu cuerpo, siempre lo busco ávido de su tibieza para beberla con deleite de sátiro como un elixir de perdidas sensaciones. Has de saber que anoche anduve vagando solo por un sueño largo como una vía de tren, habían pájaros y demonios, habían piedras negras desperdigadas por un desierto inacabable, había un pequeño cáliz y una estatua de mármol que se derretía con el sol del medio día, vagué toda la noche buscando tus huellas, algún vestigio que me dijera hacia donde iba tu rumbo, algún objeto que hubieras tocado para reconocer la tibieza de tu mano, y nada, ni un solo intersticio por donde alcanzar a tocarte. Solo al comenzar a aclarar el día oí primero tu suspiro y después sentí el vaho de tu aliento en mi cuello quemando las resecas leñas de mis instintos y amanecí soñándonos en el lecho de siempre, amanecí laxo, saciado, con pedacitos de tu perfume aun pegado en mi piel indefensa. Entonces desperté otra vez, como siempre, buscándote. Eso.


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