“El sexo anal, como un acto sagrado, le ofrece una verdadera resolución
espiritual. La entrada por la salida le lleva al paraíso” La Rendición,
Isabelle Stoffel
Buscamos la posición más cómoda
para ella e intenté empezar a mojarla chupando y jugando con los labios de su vulva
tratando de hallar o verter su íntima humedad, densa y tibia. Se fue relajando
y mojando en un ámbito de suspiros y contenidos quejidos, entonces lentamente
esparcí con pervertida parsimonia mi saliva en derredor de su florcita anal.
Coloqué un dedo en ella, hice círculos con mi dedo en su borde y dentro de esa breve
y apretada corola carnal. Unté a destajo de saliva mi dedo y su tímido ano,
luego enfrenté mi rostro en aquel lugar y muy lentamente intenté introducir la
puntita de mi lengua rígida allí. Sentí como se contrajo al notar que empezaba
hundirla socavando el último bastión de su intimidad corporal. Se fue abriendo
lentamente. Me situé a sus espaldas, arrodillado, tratando de colocarme en la
adecuada posición y comencé a frotar mi verga contra su mojado y resbaloso
surco vulval. Puse los dedos de la otra mano en su clítoris y comencé a
masturbarla con ambigua delicadeza lésbica para evitar que se concentrase en la
venidera penetración anal y
disfrutase del estímulo clitoriano. Dejó escapar un gemido ronco, y comenzó a
moverse con fiereza. Se sacudía como poseída y bramaba buscando un orgasmo que
se aproximaba feroz. Al tenerla así no pude evitar ensartar dos de mis dedos en
su ano violentamente y surcar vehemente con mi verga desde atrás su vulva en un
rápido vaivén. Se movía muy rápido y gimiendo mucho, como queriendo extraer de
esos roces desesperantes hasta los últimos vestigios de placer. Seguí y seguí
enviciado hasta hacer coincidir en un destello de retorcimientos y espasmos mi
eyaculación y su orgasmo.
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