Invades mi cuerpo estremeciéndolo, tu boca
roza mi piel, tus labios invocan atávicos goces, me estremecen, tus manos me
acarician, me hurgan cómplices derramando tus ternuras en las hondas cavernas de
mis instintos, tus manos me ofrecen la rosa y el deseo, eres única y sagrada, mujer
del silencio y la distancia. Te deseo infiel y ardiente en tus pecadoras
locuras, en tus lujuriosas vertientes que fluyen por los ríos quemantes de mis
erecciones y en la maleable arcilla endurecida que mi mano modela persiguiendo
tu imagen en las densas aguas de tu sexo que me hacen gozar, me incitan y
excitan, que vivo tocando bebiendo lamiendo porque si se siente en la piel y en
el cuerpo no es imaginario, es real como tus extraños celos que me gustan porque
después de la tormenta siempre terminas en mis brazos, entregada a mí. Y es
porque yo no te conquisto ni seduzco, yo te incendio, te devoro con mis deseos,
yo soy tu potro poseedor de tu ídolo, soy el Amo y Señor de tus lúbricos
espejismos, soy el que solo buscas cuando tu piel arde en las noches de tus
insomnios, soy el demonio que te acecha y el envenenado objeto de tus instintos.
Yo huelo la flor declarada en tu pubis y la pervierto. Me dejó naufragar en el
rojizo carnal del húmedo y perfumado atardecer de tu vulva abierta por tus
dedos con ese anillo hecho del mismo metal de los goznes de la puerta del infierno.
martes, 26 de agosto de 2014
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